Violencia que enferma al fútbol
Ajenos, distantes a esa "pasión" que más parece un fanatismo enfermizo e irracional, generalmente cada 15 días el Estadio Carlos Dittborn recibe un partido correspondiente a la Segunda División del fútbol chileno. Como ocurre en el mundialista, pasa también en algunos pocos estadios de Chile, donde esta actividad sigue siendo vista como un deporte, un espectáculo y una entretención que incluso, puede convocar a toda la familia.
Una reflexión que surge luego de que en estos últimos días, dos casos preocupantes de violencia en el fútbol se tomaran la agenda informativa nacional. Hace unos días, Felipe de Pablo, gerente general de Azul Azul, la controladora del club Universidad de Chile, fue atacado mientras visitaba por la noche a unos familiares en Puente Alto.
La misma víctima reconoció que hinchas del mismo club, apedrearon su vehículo y gritaron amenazan en su contra, lo que motivó que denunciara los hechos ante la PDI.
Y este viernes, el alcalde de La Cisterna, en Santiago, declaró que recibió amenazas de muerte debido a su oposición y la del Concejo Municipal, a que se juegue el partido entre Palestino y Colo Colo en su comuna ¿Por qué el rechazo? Por las "inseguridades y los eventuales ilícitos que pudiera provocar una barra brava", dijo el jefe comunal. El edil también criticó al club de su comunal, Palestino, por llevar hasta La Cisterna duelos con clubes de alta convocatoria.
Son dos hechos que muestran que el fútbol sigue enfermo. Lamentablemente, enfermo de una violencia que nace desde las gradas y termina en las calles. Si bien la legislación actual ha avanzado en erradicar esta violencia al interior de los estadios, no ha conseguido extirparla desde el corazón de los clubes. Y en eso, aún queda mucho por hacer en las mismas instituciones, incluso, a partir de los jugadores.
Se extrañan campañas decididas que nazcan desde los clubes y de los mismos protagonistas, destinadas a terminar con una rivalidad que es caldo de cultivo para la violencia y los ilícitos. En otras palabras, aún faltan voluntades y hasta valentía para terminar con la violencia.