Seguramente también estoy limpiando mi imagen al escribir esto. Porque formo parte de ese montón de gente que opina y a veces hace poco o nada por el otro ¿Con qué derecho buscamos en los demás las culpas que también tenemos adheridas a las entrañas? ¿Cuál fue nuestro aporte para generar conciencia en torno al respeto por quienes nos rodean? ¿Tenemos tiempo para nuestro prójimo, mientras a diario nos andamos defendiendo para que no nos atropellen?
Vamos cargando la cruz de todas las ineficiencias que nos llevan a lamentar pérdidas que no debieron ser. ¿Qué sacamos con llorar la muerte de una mujer, si no fuimos capaces de hacer nada? Con la cobardía que nos rige, hablamos por detrás de quienes no nos agradan, porque es mal visto decir las cosas a la cara, y cuando lo hacemos empezamos a generar ruido en nuestros ambientes laborales o familiares. Es mejor ser solapado, "hacerle la pata" a medio mundo y nunca quedar mal con nadie.
Murió Joyce y nada funcionó para evitar su trágico destino. La familia, las amistades y los colegas probablemente hicieron lo que estaba a la mano, y ella misma continuó con menos miedo a las amenazas de muerte, al punto de salir a comprar pescado en Semana Santa. Pero el asesino de una hombría mal parada, andaba al acecho.
Murió Joyce y aparecieron voces, manifestando su horror por este alevoso asesinato. Ojalá que no quede en palabras, que es lo que suele suceder con hechos que impactan, como este tipo de muertes. Se ofrece de todo, pero luego el olvido llega. Ojalá se escuche a las víctimas, que apenas haya denuncias la justicia sea más efectiva para quienes se atreven a contar sus duras realidades, donde la violencia física, económica y sexual son parte de las experiencias.
Si la condena al culpable es efectiva y dura, quizás volvamos a recuperar nuestra confianza en la justicia, aunque ya nunca más Joyce ilumine el entorno con su sonrisa.
Las huellas del dolor quedaron bajo las grandes palmeras, testigos del cruel asesinato, junto a la bolsa de pescado que nunca llegó a su destino y que aún acompaña los vestigios de una vida que terminó en forma abrupta.
Todo el mundo aparece, todo el mundo opina. Algunos ofrecen venganza, otros las penas del infierno. Sentimos la culpa que nos pesa en el cuerpo y la memoria. Vivimos en un mundo injusto, donde los pequeños cargos les suben el ego a los mediocres, y donde los que tienen más postgrados miran verticalmente al otro. Un desbalance que duele, pero que mueve la bilis, en todos los sentidos.
Somos muchas las mujeres que sufrimos atropellos de toda índole cada día de nuestra vida.
Así no se puede seguir. Insto a quienes pueden tomar decisiones que lo hagan de una vez por todas. Es la hora.
Ada Angélica Rivas