Bolivia hizo una apuesta fuerte cuando acudió a la Corte Internacional de Justicia pidiendo que se obligara a Chile a negociar una salida soberana al mar. El rechazo por parte del alto tribunal de La haya a dicha petición marca el fin de una etapa en las relaciones bilaterales y la configuración de una nueva situación cuyas características aún no se vislumbran. Aparte de un cierto consenso alrededor de dejar pasar un tiempo prudencial hasta que se aquieten los ánimos, existen diferentes opiniones que van desde los que creen necesario recomponer lo antes posible los vínculos con el vecino altiplánico, hasta aquellos que estiman dadas las condiciones para mantener al mínimo los contactos, iniciando en la práctica un proceso sostenido que puede llevar a la desconexión entre ambos países.
Sectores ultranacionalistas que siempre han creído que cualquier ofrecimiento que se salga del statu quo es "crear falsas expectativas" en La Paz, o que "el mejor estado de nuestras relaciones con Bolivia es no tener relaciones", defienden un tipo de inercia que con el tiempo vaya cortando lazos y dependencias que, según ellos, han significado solo costos para Chile. Hay que decir que una parte de la opinión pública boliviana coincide con este criterio, cuando se plantea instalar un corredor bioceánico que desemboque en Perú y fortalecer alternativas de salida de sus productos por el Atlántico, soslayando el tránsito actual por nuestros puertos.
Ante este escenario, es ineludible enfrentar un debate que responda a la pregunta sobre cuál es el interés nacional de Chile, si nos interesa construir vías de salida al océano Pacífico, o si es mejor mantener las cosas como están y no insistir en una relación sin mayores perspectivas. Cualquier observador medianamente informado sabe que el desarrollo del norte de nuestro país depende, en buena parte, de la integración con nuestros vecinos y la proyección conjunta a los mercados del Asia, aunque dicha obviedad no se refleja en voluntad política, en la necesaria inversión en infraestructura o en la constitución de espacios integrados. La verdad es que no existe animus societatis, sino proyectos competitivos, por lo que la desconexión es un objetivo que se acerca más a la realidad, pero que nos perjudica a todos.
Nos encontramos ante una ventana de oportunidad para cimentar una forma distinta de convivencia con Bolivia, que respete los anhelos y propósitos de los actores nacionales involucrados, pero que vaya más allá pues no se trata solo de temas bilaterales. La geografía es un dato insoslayable y no queda más que aunar metas convergentes para beneficio común.
Se requiere desplegar una diplomacia de articulación eficiente, que vaya tejiendo una red de intereses públicos y privados, con decisión y persistencia de largo plazo, capaz de instaurar condiciones que superen eficazmente los obstáculos. La idea es evitar empezar de cero cada vez que fracasen los esfuerzos de la coyuntura, de manera tal que el proceso tenga un horizonte estratégico de acumulación positiva que desmienta la tendencia a la desconexión.
Cristián Fuentes V.