Hablar de cultura, es hablar de un concepto amplio. Así lo muestra también el Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua, que se refiere a la Cultura como el "conjunto de modos de vida y costumbres, conocimientos y grado de desarrollo artístico, científico, industrial, en una época, grupo social". Y si se trata de Cultura Popular, al "conjunto de las manifestaciones en que se expresa la vida tradicional de un pueblo".

Cultura no sólo es aquello que se relaciona con el arte, sino que tiene que ver con las costumbres, aquello que nos identifica, que nos retrata, que nos proyecta y por lo cual nos manifestamos. Y todo esto se puede hacer de manera artística, lo que otorga un valor especial a la cultura.

¿Qué tan importante es para la gente en nuestra región y en general, en el país la cultura? ¿Qué tanto acceso existe a ella? El Ministerio de la Cultura dio a conocer los resultados de la Encuesta Nacional de Participación Cultural, que arroja cifras interesantes respecto del nivel de consumo y acceso que tiene la comunidad.

En general, en 2017 un 74,7 % de la población nacional no asistió a un espectáculo de música clásica y un 53 %, a ninguna exposición. Dentro del recuento, la actividad cultural que terminó siendo la más popular fue el cine. Así, el 43,4 % de los chilenos asistió al menos una vez al cine, y el 30 % a un concierto de música popular o actual.

Nuestra región destaca por la participación cultural en comparación con otras regiones. Por ejemplo, el porcentaje de personas que declaran no haber asistido en los 12 meses previos a la medición o nunca en su vida a alguna práctica o manifestación artística o cultural en 2012, es de sólo el 3,2%, la proporción más baja de todo Chile.

Esto se debe a que en nuestra ciudad y la región se realiza un trabajo intenso y esforzado por involucrar a la comunidad en la cultura, desde aquella más popular, hasta el arte. Pero es indispensable que nuestra ciudad, desde sus líderes y autoridades, sepa capitalizar este interés que existe en el arte y la cultura, junto con nuestro patrimonio. Es esa la dirección a la que se debe apuntar.

Como ya alguna vez fuera citado en esta columna, el diccionario de la RAE, define desprolijidad como "descuido o falta de esmero". En otras palabras, carencia de dedicación o insuficiencia de pulcritud en el desempeño.

Aunque preferiría abordar un tema diferente en esta columna, parece irresponsable "mirar para el lado" y desconocer una realidad de la que somos no sólo testigos, sino que protagonistas. En efecto, aunque nos cueste aceptarlo, si miramos con atención la dinámica del flujo de la gestión pública y privada, veremos que el descuido y la desatención, superan largamente a la dedicación y el celo, como ingrediente de la conducta individual y colectiva de nuestra sociedad.

Basta mirar nuestro entorno, para ver los efectos de una generalizada actitud de descuido. Pensemos por un instante en algunos ejemplos de esta falencia cultural, entre los cuales - para sólo mencionar los más emblemáticos - destacarían el impresentable desempeño del Sename, las inconsistencias en la aplicación de las leyes de protección del medio ambiente, la errática priorización para la utilización de fondos fiscales en proyectos, las incongruencias de la ley de educación superior y por supuesto -recién nos estamos dando cuenta - la desacertada política de puertas abiertas a la inmigración, impulsada por el gobierno anterior.

Es claro que algunos podrán argüir que los errores son perfectibles. Sin embargo, más allá de la legitimidad de esa postura, el impacto producido por la falta de conciencia puede ser brutal, así lo demuestra la tasa de mortalidad en el Sename, donde fallecieron 865 niños(as), entre 2005 y 2011, sin que aún se sepa la razón de esa inexplicable realidad.

Aunque para algunos parezcan conceptos extemporáneos, la pulcritud, la dedicación y el esmero son indispensables en el cumplimiento individual y colectivo de una nación; por ello, y para no tener que arrepentirnos demasiado tarde, es imperante eliminar ya la desidia, la falta de escrúpulos y la negligencia, como rasgos distintivos de la cultura nacional.