Con aroma de mujer: El emprendimiento tras los puestos de Yerbas Buenas
Los sábados y domingos, más de 700 locales se instalan ofreciendo productos. Muchos son atendidos por esforzadas mujeres.
Todos los fines de semana, Angélica Álvarez cruza la ciudad de extremo a extremo. Desde Pampa Nueva, su marido la conduce hasta Robinson Rojas con Yerbas Buenas, en la Raúl Silva Henríquez, en un auto cargado de ropa y zapatos para la venta.
Tres años lleva haciendo este ejercicio. Hay días en los que le va bien. Otros no tanto. Pero más allá de eso, Angélica dice que le gusta estar en su puesto, en la feria que se arma en el popular sector, pues así "se olvida de los problemas de la casa".
Como esta mujer, muchas más optaron por vender de un cuanto hay en la serie de locales que todos los sábados y domingos se instalan desde Robinson Rojas hasta Capitán Ávalos. En la llamada feria de Yerbas Buenas hay de todo. Ropa, libros, frutas y verduras, herramientas, artículos de perfumería y gallinas de casa. Sí, para la cazuela. Eso y mucho más se puede encontrar en los más de 700 puestos.
Una oportunidad
Gabriela Díaz tiene un local de peluquería. Como la feria es tan concurrida, capta clientela para atender a domicilio, pues no todos se animan a cortarse el pelo en el lugar. "Prefieren que yo vaya hasta sus casas y así trabajo. Viene harta gente sobre todo el sábado, el domingo es un poco más flojo", reconoce.
Entre tijeras y peinetas, la mujer tiene un cooler con un papel. "Gallinas frescas", dice. Así aprovecha de vender a las plumíferas si es que la estética falla.
La feria es una de las más grandes de la ciudad. Reúne a 13 agrupaciones y la más antigua lleva 12 años en el sector. Pamela Rojas confiesa que con los años y poco a poco han ido creciendo los puestos, pues la mayoría de sus locatarios ha postulado a proyectos, fondos y capacitaciones.
Pamela es madre de dos hijos. Tiene 38 años y estudia Prevención de Riesgos. Los fines de semana comercializa, como muchas, ropa usada de primera calidad. "A veces no me da el tiempo o me siento agotada, pero como mamá sola tengo que hacerlo y sacar adelante a mis niños".
Las vendedoras coinciden que la época estival no es muy buena. Que lo mejor se viene de abril en adelante, cuando ya entra el otoño y el quemante sol nortino permite pasear con algo más de tranquilidad.
Silvia Garrido vende libros usados. La mayoría son los que piden en los colegios como parte del plan lector. Dice que los ofrece baratos, ya que entiende que "los tiempos no están para andar botando la plata".
"Empecé vendiendo poquito. Apenas sacaba unas tres o cuatro lucas. Ahora me va mejor y con lo que gano puedo ayudar a mi hija que está en la universidad. Es harto el gasto, pero saber que puedo ayudarla al menos con sus fotocopias o materiales me hace feliz", reconoce.
Lo bueno y lo malo
Janett Álvarez es presidenta de la agrupación Billy Espinoza, una de las más antiguas en la feria.
Janett reconoce que lo más lindo de trabajar en los puestos es que con sus colegas logra distraerse. "Conversamos y tiramos la talla, porque la mayoría somos jefas de hogar. Yo al menos siento que como mujer aporto en algo y no estoy en la casa haciendo lo que dice el hombre, sin tener ni para un chicle. Yo me las rebusco".
Lo malo del trabajo es que como en toda feria, aparece el comercio ambulante. "Es injusto que se instalen alguno que no pagan ningún permiso. Todos tenemos derecho a trabajar y ganar unas monedas para comer, pero no nos parece justo que se aprovechen", finalizó.