Un crimen pasional en los cañaverales de La Matosa
"Temporada de huracanes", novela de la autora mexicana Fernanda Melchor, es la historia dolorosa y cruda de un asesinato y de los chismes que lo rodean, a partir del hallazgo de un cadáver flotando en un río.
Flotando en un río, un cadáver a medio podrir con el cuello rebanado muestra su sonrisa y abre "Temporada de huracanes" (Literatura Random House) de la mexicana Fernanda Melchor, una novela sin pausa ni punto aparte que en ocho capítulos deja noqueado al lector con una historia de extravío y dolor.
Fernanda Melchor nació en el puerto de Veracruz, una ciudad que cumplirá 500 años. Ella siente que es un privilegio haber crecido en este vieja puerta de entrada y salida que asoma al Golfo de México, "una tierra maravillosa, llena de historias, de atmósferas y claroscuros" en la que ya no vive y de la cual extraña algo que antes le era insoportable: el calor húmedo todo el año.
La autora cuenta que estudió Periodismo porque le gustaba la idea "de tener un oficio que se pareciera un poco a ser detective. Yo desde chica supe que sería escritora de ficción, de novelas, pero quería tener un oficio. El primer año descubrí a Truman Capote y Normal Mailer y me enamoré de la crónica, de la idea de contar historias reales, verdaderas, con un lenguaje arriesgado y haciendo uso de las herramientas de la literatura".
-¿Cómo empezó a tomar forma "Temporada de huracanes"?
-Fue brotando como a borbotones a lo largo del año 2015. Al principio eran puras voces, algo parecido a un coro, casi todo de mujeres, que hablaban sobre un crimen, un pueblo, y yo me limitaba a escuchar lo que contaban y a tomar nota, a tratar de darle una forma y un orden a una historia que comenzó siendo un caso de nota roja que una vez leí en un periódico: el del descubrimiento, en un pueblo cañero cercano a Veracruz, de un cadáver que resultó ser el de la bruja de un pueblo, supuestamente asesinada por un ex amante enfurecido.
Cañaverales y maizales
Fernanda Melchor nunca supo qué pasó con ese crimen y, aunque quiso averiguarlo y pensó en ir hasta allá cual Truman Capote y pergeñar su propia "A sangre fría", finalmente desistió. "Decidí que era una historia que me interesaba contar desde la ficción, no desde el periodismo. Escribí un primer borrador, se lo mostré a un par de amigos cercanos y lo que ellos vieron en ese texto me ayudó a escribir la versión definitiva entre septiembre y diciembre de 2015", afirma.
Melchor cuenta que La Matosa, el lugar donde todo ocurre, "es una mezcla entre paisajes que alguna vez vi en Veracruz y pueblos y ciudades que he conocido incluso fuera de México, como Managua y todos los pueblos literarios que he visitado: Comala, Macondo, el condado Yoknapatawpha y hasta el Chaco".
-¿Te sirvió esta novela para entender mejor la violencia en tu país?
-No, cada vez entiendo menos lo que sucede en México, pero sigo tratando de entender.
El dicen que dijeron
Sobre los personajes, Melchor explica que las voces femeninas fueron las primeras en aparecer y que una que le costó fue la de Brando, un muchacho que al comienzo sólo era un testigo, pero que terminó teniendo un rol importante. Los personajes de la víctima y el victimario no hablan mucho y esto lo quiso así en parte por pudor y en parte por dejarlos en el misterio.
-Cuéntame sobre esta opción narrativa que haces del chisme.
-Es un pequeño homenaje a este "género" literario ancestral que es el chisme. Yo quería que toda la novela fuera como un inmenso e incesante chisme que, como un coro de voces, te murmura dentro de la cabeza. Siempre me ha gustado mucho que me cuenten cosas. De niña me fascinaba pedirle a la gente que me contara cosas. A mis compañeros de clase siempre les pedía que me contaran las películas que habían visto y que yo no sabía si algún día iría a ver. Cuando me gustaba una historia en especial, siempre pedía que me la contaran una y otra vez y eso es justo lo que más me gusta de leer: enterarme de cosas que no sé.
-¿Cómo afinas tu oído para el habla popular?
-No sé, siempre me han llamado la atención las palabras, el uso tan distinto, a veces inusitado, que las personas les dan a muchas palabras en ciertos lugares y contextos. "Los límites del lenguaje son los límites de mi mundo", dijo Wittgenstein.
Por Amelia Carvallo
Ave-Nada