Veintitrés grados marcaba el termómetro ayer en Iquique a la hora en que el Papa Francisco comenzaba la misa en la explanada de Lobito. Sin embargo, el calor en la pampa se vivió con aún más intensidad y el sol penetrante del norte asomó con ganas en el cielo despejado de la Región de Tarapacá.
Arturo Hernández, profesor de religión ariqueño y director del Instituto de Formación Pastoral de la diócesis, comentó que llegar a Lobito fue muy sacrificado.
"Estuvimos esperando la noche anterior con mucho frío y en la mañana, durante la misa, el calor era insoportable. Me llamó la atención la cantidad de gente que fue pese a lo sacrificado que resultó llegar hasta acá".
Aún así, el docente destacó que todo el esfuerzo valió la pena y así lo sintieron los demás ariqueños que participaron de la eucaristía.
"Fue una experiencia hermosa y muy emocionante para todos, donde lo que más me marcó fue el llamado que nos hace Jesús a atender el llamado que nos hacen los demás. El Santo Padre se refirió además a los migrantes, un tema muy presente en nuestra zona", dijo.
Hernández también destacó la caracterización que realizó Francisco al definir el norte como una tierra de fiesta. "Y tuvo razón, pues sin duda somos un pueblo que cultiva la fe a través de las festividades religiosas".
Rosita Pacheco es otra ariqueña que participó de la misa papal. La joven comentó que llegar a Lobito no fue fácil, pues la seguridad era máxima.
"Llegué en la madrugada del jueves y no dormimos en toda la noche y nos mantuvimos despiertos con cánticos y alabanzas. En la mañana, antes de la misa, compartimos unas galletas y unos sándwiches mientras nos iban informando por dónde venía el Papa".
Rosita se consideró afortunada, pues quedó ubicada justo frente al altar. "Fue todo muy mágico. Creo que la misa en Iquique fue la más emotiva que dio en Chile, ya que se mostró amigable y cercano", dijo.