En tiempos de Harvey Weinstein y la lucha de género, la aparición de un documental/homenaje a una vedette puede parecer un desacierto, especialmente considerando que Maggie Lay fue una figura emblemática del Bim Bam Bum, ese teatro de revistas que podría ser perfectamente cuestionado por la mirada de hoy.
Pero hay un elemento que marca una diferencia sustancial: detrás de la película está Wincy, cineasta underground que trabajó estrechamente con Hija de Perra, la fallecida transformista que luchó por los derechos de las mujeres y las minorías sexuales. Ella protagonizó, de hecho, su primera película: la graciosa, excesiva y camp "Empaná de pino" (2008).
¿Cómo se adapta la diva que por décadas tuvo que soportar las bromas misóginas de humoristas como Daniel Vilches a este nuevo mundo de batallas y re-significaciones de actitudes históricas?.
Lo bueno de "La última vedette" es que Wincy no lo dice explícitamente. No usa a Maggie Lay como un discurso, sino que como la prueba viviente de una disidencia forjada lejos de cualquier eslogan. No estamos precisamente ante una feminista de manual ni una activista conectada con las estrategias comunicacionales que otorgan las nuevas tecnologías, sino que frente a una mujer que simplemente existe según sus códigos.
Sobre el escenario, Maggie Lay hace bromas escatológicas, se ríe de su cuerpo y parece siempre empoderada, jugando a la sensualidad del cabaret mientras somete a los hombres a su apabullante dominio escénico.
Fuera de los focos, Maggie Lay es también una disidente. Vive sola con su gato, maneja un taxi (se mueve con desplante en un oficio de hombres) y enfrenta los piropos con contraataques picarescos. "¡Te creís Yul Brynner...!", le grita, por ejemplo, a un mecánico en un paseo por la calle 10 de julio.
Un mérito del documental es que Wincy no subraya el discreto rupturismo de su retratada ni la lectura política de un film que pudo haber estado sometido a una agenda discursiva.
Después de todo, el Bim Bam Bum murió en los 80. En tiempos de denuncias retrospectivas, Maggie Lay hubiese servido también para hablar de acosos tras bambalinas y violencia de género.
Pero todo eso se omite aquí en beneficio de un retrato directo que no se va por las ramas y funciona también como espectáculo.
Si alguien pasa por alto los matices más elocuentes, "La última vedette" puede ser vista simplemente como un lucimiento de una diva que, frente a la cámara, baila, canta (su interpretación de "Piensa en mí" supera las expectativas) y llora, como si el sufrimiento también formara parte de espectáculo.
En esto último hay un barniz de nostalgia inevitable. Maggie Lay recuerda su juventud con el apasionamiento de un tango, pero no se hunde en esa derrota contra el tiempo. Por el contrario, luciendo su conchero y sus plumas termina cometiendo el mayor acto de disidencia posible: parecer una veinteañera con 65 años de edad.
Por Andrés Nazarala R