La conformación de una mesa de trabajo entre el Ministerio de Bienes Nacionales, el de Defensa y el Ejército, se transforma en una señal positiva, ante el conflicto que surgió de parte de la mancomunidad de Socoroma por el traspaso de terrenos en el sector de Campane a dicha rama de las Fuerzas Armadas.

Tal como se diera a conocer en un reportaje de La Estrella, los pobladores de este sector han hecho saber su descontento debido al futuro que tendrían estas tierras, que son consideradas como patrimoniales, por el valor histórico y ancestral que ellas albergan.

Con esta mesa de trabajo, la decisión primaria respecto a los terrenos pasa a una revisión, con la idea de que el Estado se haga cargo de las observaciones hechas por la mancomunidad de Socoroma. Esto, luego de que también la intendenta se reuniera con estos vecinos y conformaran otro equipo de trabajo para analizar la situación.

Hoy se reconoce que existían antecedentes pendientes respecto a estos terrenos, antecedentes que podrían cambiar las decisiones que se han tomado al respecto, considerando las características de estas tierras.

Todo lo que ha ocurrido con este caso, da cuenta de la delicadeza que existe en los derechos sobre las tierras de nuestra región. Esto no es gratuito y es algo que está por sobre las convenciones administrativas y legales modernas. Se debe a todo el acervo cultural que existe detrás de los terrenos, de las tierras y también de los elementos naturales asociados, que forma parte de la cosmovisión andina, especialmente.

Este caso marca un interesante precedente respecto a otras situaciones similares, en las que el Estado o incluso, privados tengan que intervenir o realizar actividades en tierras respecto de las cuales puede haber un sentido de pertenencia ancestral e histórica.

El acercamiento al patrimonio y a la cultura ancestral hoy no puede estar al margen de cualquier emprendimiento, estudio, inversión o proyecto que se realice en la región. La naturaleza y la historia en esta tierra requieren de todos los análisis para un desarrollo sustentable y una buena convivencia.

Un asomo de pudor acalló las risas que pugnaban por surgir de las gargantas de los espectadores. Y es que las luces del escenario parpadearon y, no obstante que ya no poseía ojos, Edipo había alzado la vista, desconcertado.

Hacía rato que el desafortunado actor malinterpretaba la clásica obra de Sófocles y, pese a sus histriónicos esfuerzos por estar a tono con la línea argumental, le salía un Edipo un tanto sobreactuado. Enterado de que ha dado muerte a su padre, y asumiendo que Yocasta no solo era su esposa, sino también su madre, le vimos agarrarse los cabellos, vociferando horrorizado. Enseguida, y esbozando un gesto que no iba con el leitmotiv de la obra, blandió una daga con la que se arrancó los ojos. La sonrisa que distendió los labios de gran parte de los espectadores, al percatarse de la irrisoria curvatura del arma de utilería, desvirtuaba todo asomo de dramatismo. Y aunque tenía un remedo de sangre en torno a las cuencas "vacías", la corta túnica blanca -tanto que dejaba ver su ropa interior- se mantenía alba, inmaculada.

La desdichada representación -aunque no en el sentido que hubiese deseado Sófocles- acabó tras el destierro del protagonista, quien abandonó el escenario, caminando a tientas entre piedras y árboles de mentira. Su salida dio pie a una discreta salva de aplausos, que más que un estímulo, era un desahogo al ver que la representación finalizaba.

Los displicentes aplausos se reiteraron cuando los actores salieron a despedirse. Aunque las reverencias del protagonista no eran las mismas del resto del elenco. La suya solo iba dirigida a las primeras filas. A los incultos que estaban atrás, decidió ignorarlos olímpicamente. Y es que casi al finalizar, y pese a que ya no "tenía" ojos, había podido apreciar una luminiscencia azulosa acrecentándose en esas últimas filas.

Sí, su desprecio hacia ellos, provenía de una humillante certeza. Mientras su Edipo abandonaba las endebles murallas de una Tebas edificada en cartón piedra, supo que los desaprensivos espectadores de las últimas filas, habían dejado de prestarle atención, y empezado a consultar sus celulares.