Al viajar al Salar de Surire (del aymara suri: ñandú y re: abundancia), es frecuente contemplar la tierna imagen de polluelos suris, mimetizados cual champas de icchu, tras la hembra que camina pausadamente en la estepa altoandina.
Gran error. La costumbre humana nos lleva a pensar así, pero la etología (que estudia el comportamiento animal), nos aclara que es el macho con sus polluelos. En efecto, los machos dominantes, construyen grandes nidos de piedras y hierbas. Atraen a un grupo de hembras, que luego de ser fecundadas y depositar huevos en el nido común, abandonan al macho. Entonces, es el macho, quien con cuidado extremo, incuba y protege el nido de eventuales depredadores. Asimismo, tras la eclosión de los huevos, se dedica a la crianza de sus polluelos, hasta que puedan valerse por sí mismos.
A la luz de este simpático ejemplo: ¿Es natural que hombre y mujer, sean los únicos habilitados para conformar una familia? No, es sólo lo normal, la dictadura de la costumbre: lo moral. Es natural ser Hombre o Mujer y comportarse sexualmente como tales para engendrar, pero otra cosa es cómo nos organizamos para sustentar, educar y socializar a las nuevas generaciones; esto es, el tipo de familia que elegimos para tales fines: lo cultural. Las creaciones culturales, se pueden resumir en: Artefactos (la cultura material), Mentifactos (música, filosofía, religión, etc.) y Sociofactos (organizaciones políticas, económicas, sociales, etc.)
A través de la Historia, las sociedades humanas han creado diversas formas de organización familiar: 1 papá y varias mamás, 1 mamá y varios papás, abuelos, tíos, hermanos mayores, 2 mamás, 2 papás, etc., que a los ojos de la tradición judeo-cristiana (que pretende monopolizar la cultura e imponer la familia nuclear como ley natural divina), obviamente, no es lo moralmente aceptado.
En un Estado Laicista, cada persona, actúa libre y moralmente en consecuencia con sus particulares concepciones éticas y filosóficas. Las normas jurídicas suelen caminar tras estas libertades humanas.