A pesar de la postura que existe en algunos sectores -muy reducidos por cierto- de la comunidad internacional, el Cambio Climático es un fenómeno cada vez más evidente. Medido y analizado a la luz de la ciencia, hoy sólo se pueden debatir algunos de los efectos inmediatos y puntuales que tenga, pero el escenario global que plantea hoy es una realidad indesmentible.

Se trata de un fenómeno que tendrá importantes consecuencias en Chile, considerando sus características geográficas tan particulares. Hablamos de un territorio largo, que parte con el desierto más árido y del mundo, pasando por bosques y valles, para terminar en las frías estepas patagónicas. Habrá más cambios de los que hoy ya se observan.

Fenómenos que antes ocurrían ocasionalmente en décadas, hoy se repiten con más frecuencia. Temperaturas que extrañan, lluvias y aluviones que sorprenden, y así, una serie de eventos que hablan de estos nuevos escenarios que se avecinan.

Siendo así, en el caso de la agricultura, no solo es necesario tener en claro las medias de mitigación ante este fenómeno, sino que también, y mucho más importante, tener muy bien definidas políticas y procedimientos de adaptación. Es por eso que ayer en Visión Regional -evento organizado por La Estrella de Arica- el director ejecutivo y coordinador nacional de Gestión Integral de Riesgos del Ministerio de Agricultura, Camilo Navarro, dio a conocer los caminos que está tomando el sector público, especialmente el Ministerio de Agricultura, para hacer frente a estos cambios que se instalan en el ambiente y en el clima.

El escenario que plantea al Cambio Climático en la agricultura requiere de una serie de conocimiento, mitigación y adaptación, transferencia de riesgos y respuesta y reconstrucción. Se trata de políticas que vienen del Estado y respecto a las cuales los agricultores deben informarse. Pero sobre todo, se trata de la capacidad de cambiar costumbres y romper la inercia en el rubro, para acceder a procesos adaptativos.

La mejor adaptación es la que puede partir desde las mismas personas, en este caso, de los agricultores.

Llegó de comprar el pan, cuando veo un taxi detenerse más allá de la línea férrea. De su puerta delantera emerge la anchurosa humanidad de mi abuelo. Hace años que no lo veía. Más que descender, parece sacarse el vehículo de encima. Lo sigue su esposa en segundas nupcias, una señora menuda y bonita. Al final desciende mi tía Patricia. Es una miniatura de la madre, solo que con el cabello rubio muy cortito y los ojos más claros. Mi abuelo es un gigante al lado de ambas. Un par de maletas cafés y unos bolsos componen todo su equipaje.

Esa noche la conversación se alarga hasta avanzada la noche. Mi tía interviene con la desenvoltura de un adulto. Su personalidad nos sorprende. Es precoz, mi niña, dice mi abuelo, mientras la abraza. Es tarde, pero antes de levantarse de la mesa el abuelo decide que mañana todos iremos a comer al centro; él invita.

Por darles mayor privacidad a mis abuelos, mamá coloca a su hermanastra en mi pieza. Esa noche ella entra con un pequeño maletín. Mis cosas, dice y se acuesta en la cama que han puesto a mi lado. Habla mucho; en su mayoría preguntas. ¿Qué edad tienes? ¿Ese poster es de Elvis? ¿Te parezco bonita? ¿Tienes polola? Apagada la luz me dice que tiene miedo, que si puede pasarse a mi cama. Sin esperar respuesta se cambia. Me sigue hablando, de muy cerca, mientras me pasa la mano por el cabello.

Después dibuja un círculo con sus dedos, en mi pecho, que luego repasa con las uñas. Se revuelve inquieta y pide que la abrace. Queda muy pegada a mí. Yo intento distanciarme, cambio de postura, flexiono las piernas. Hago todo lo posible, porque mi exaltada virilidad no se note, para que mi infantil sexualidad no la ofenda. Esa noche tardo en conciliar el sueño.

Han transcurrido dos semanas y el abuelo decide marcharse. Al día siguiente mamá y yo, parados en la misma posición, alzamos la misma mano y hacemos la misma seña al vehículo que se aleja. La visión del rostro de mi tía, enmarcado por el parabrisas trasero, me acompañará por mucho tiempo.