Recientemente se ha promulgado la ley 20.911, que crea la Formación Ciudadana, para estudiantes de todos los niveles. Con ello, los colegios reconocidos por el Mineduc estarán obligados a generar un plan explícito de acción que sirva para alcanzar los objetivos de la legislación, los que deberán estar en funcionamiento en el segundo semestre de este año. Esta fue una de las iniciativas que planteó en su oportunidad la Comisión Engel, designada por el gobierno.

La iniciativa incluye elementos tales como la comprensión de la institucionalidad, el fomento de los valores de la diversidad social y cultural del país, el incentivo a una cultura de transparencia y probidad, el respeto y conocimiento de los derechos humanos y de los derechos y deberes ciudadanos.

El objetivo es poder contar con un ciudadano que no sólo adquiera conocimientos, sino que se convierta en una persona que conozca su rol, respetando y tolerando a la sociedad y a las instituciones.

Resulta evidente que hay una falta de participación de los ciudadanos, en especial de los jóvenes, que se traduce en el desinterés por la cosa pública y en la alta abstención electoral. Hay, en efecto, un problema con la educación cívica nacional, manifestada en sectores que no están participando de estos procesos. El tema preocupa, puesto que es una consecuencia de malas actuaciones durante los últimos años. Hay un abandono de la educación y un relajo evidente en cuanto a inculcar que además de derechos demandados hay deberes que debe cumplir cada ciudadano.

Sin embargo, analistas han planteado su inquietud, porque mientras a los colegios se les da plazo de un par de meses, para partir con el plan en el segundo semestre, el Mineduc tiene hasta fines de 2017 para cumplir con una propuesta para crear un ramo específico, para Tercero y Cuarto Medio.

Sin duda que el paso que se da al incluir la Formación Ciudadana en los colegios -tal como en el pasado fue con la Educación Cívica- es una decisión adecuada, en la medida que, no sea ocupada por los gobiernos de turno con fines políticos de corto alcance.

Dentro de la dinámica de la comunicación hay elementos que, por su naturaleza, constituyen ingredientes fundamentales de la idiosincrasia de los pueblos. Es así que generalmente asociamos los rasgos de una cultura con la lengua que ésta habla. Quizás sea por esta razón que la eficiencia del pueblo anglosajón se asocia al sentido práctico del idioma inglés, en tanto que la mítica "superioridad" de los germanos y franceses, es atribuida a la riqueza de la lengua alemana, en cuanto a comunicar conceptos abstractos y a la efectividad del francés para articular discursos persuasivos.

Así, en este contexto, habría que preguntarse ¿cuál es el rasgo que caracteriza al español de Chile y como en éste se reflejan la cultura y la idiosincrasia nacional ? a lo que lamentablemente habría que responder que en la actualidad nuestra lengua se caracteriza por la pobreza en el manejo de su léxico y el uso indiscriminado de vulgaridades en el discurso no académico; condicionantes que se reflejan en la reducida capacidad de los hablantes para comunicar ideas complejas y la incorporación de expresiones en las que abunda el vocabulario de grueso calibre, donde la palabra más utilizada es el tradicional "weon", que constituye nuestro sello lingüístico nacional.

Es por la cualidad formativa que tiene la lengua y por su efecto en el pensamiento y los principios y valores de la sociedad, que debemos estar alerta y trabajar con responsabilidad para cultivarla, a la vez que desplegar nuestros mejores esfuerzos para desterrar la mofa, la tosquedad y la impertinencia, que marcan la pauta del discurso en la conversación del día a día.

Por esencia, los chilenos solíamos ser muy autocríticos respecto de la manera de expresarnos y eso nos salvó en más de una ocasión de caer en la trampa de la vanidad y la siutiquería. Desgraciadamente - querámoslo o no - hoy la vulgaridad del discurso oral y la pobreza del léxico ponen a prueba las bases de nuestra capacidad para comunicarnos y por ende nuestra identidad.