La baja en los itinerarios de vuelos desde y hacia Arica ha provocado diversas reacciones, pero principalmente molestia de usuarios, quienes han hecho saber su postura en las redes sociales. Esta semana, se conoció que una de las aerolíneas que opera en la ciudad dejará de hacer vuelos a otras ciudades de regiones, particularmente en el norte.

A modo de contexto, es importante entender que estas decisiones se toman en torno a lo que es hoy el transporte de pasajeros, y en especial el transporte aéreo. Se trata de una industria de altos costos y que depende, por supuesto, de la demanda que exista.

Sin embargo, esta realidad choca de frente con las necesidades que enfrentan quienes se desplazan por el norte del país. A diferencia de lo que ocurre desde Santiago al sur, las carreteras cuentan con estándares distintos, como también las distancias entre ciudades es menor. Los viajes por tierra, incluso, pueden hacerse más cómodos y rápidos.

El norte grande, especialmente, ha luchado durante los últimos años por ir reparando sus maltrechas carreteras. Cientos de kilómetros de pavimento se abren paso por el desierto, desafiando al tiempo y al clima. La necesidad de acortar tiempos y distancias impulsó la demanda del transporte aéreo.

Se enfrentan aquí, entonces, dos necesidades. En un sentido, la necesidad de la industria de responder a los vaivenes del mercado y sostener la rentabilidad de su negocio -sustentado en condiciones demográficas y económicas- y en otro sentido, la necesidad de los ciudadanos de contar con opciones para desplazarse, incluso, por las ya conocidas razones médicas. Y es en estos casos en que el ariqueño, aquel que "hace patria" queda sencillamente en la indefensión, y a merced de lo que dicta el mercado. Una realidad que puede parecer cruel, pero realidad, al fin y al cabo. ¿Podrá el Estado, de alguna forma, hacerse cargo de ella? Es difícil, dadas las condiciones, pero sin duda, el apoyo a las zonas extremas es fundamental, en aspectos tan simples pero tan importantes, como promover la conectividad de todos sus ciudadanos.

El término Bioética apareció en 1971 en una cultura y civilización altamente desarrollada en el aspecto tecnológico científico, los Estados Unidos, como un puente de plata entre los adelantos de la ciencia y la filosofía humanista, para abarcar todos los fenómenos que acaecen en el hombre desde el nacer al morir, a la luz de los descubrimientos sensacionales que hacían que surgieran nuevas preguntas perturbadoras e incómodas en torno a hechos que creíamos conocer bien.

Nacida en un ambiente anglosajón, el término Bioética ha encontrado favorable acogida en las restantes áreas lingüísticas no solo por tratarse de una novedad terminológica y conceptual, sino como una valiosa herramienta para tratar de resolver los dilemas que nos presenta el conocimiento científico del hombre como especie, y desde esta óptica volver a examinar los principios éticos que rigen nuestra conducta respecto al problema del vivir y del morir humanos, dado que sobre ellos lastra una interpretación de siglos, no lo suficiente crítica, a veces ingenua y, en la mayoría de los casos con un tremendo peso sacral.

Las discusiones actuales surgen debido a que desde una moral fundamentalmente religiosa o desde principios considerados como naturales se siguen interpretando hechos que descubren nuevas realidades humanas.

Este nuevo enfoque filosófico requiere que la Bioética sea totalmente laica al estar basada en un postulado fundamental, la Razón humana. La Bioética surge así como la interpretación racional a los nuevos hechos y técnicas, pero hay algo más, y esto es, que razonar los hechos vale tanto como humanizarlos, valorarlos a la medida del hombre y, en consecuencia, interpretarlos o darles un significado, dado que la composición de raíz griega alude a dos magnitudes de notable significación: vida y ética, por lo que los avances científico-técnicos de la biología han de ser orientados para promocionar la calidad de vida, individual y social, personal y ambiental.