DE PUTRE CON AMOR
Elsa, esposa de Oreste Ventura comentaba, con algo de amargura, a una de sus conocidas de la población Chinchorro, sobre la indolencia de algunos maridos. - ¡Estos hombres, vecina! Figúrese, en una semana cumplimos cincuenta años de casados, y yo me ilusionaba pensando que me propondría renovar nuestros votos, pero nada. ¡Ni siquiera se acuerda! Sus hijos, Tito y Diana, la veían deambular, realizando sus diarios quehaceres, inmersa en un silencio no exento de tristeza. El exterior de la casa-esquina, bellamente adornada con un gran mosaico de cactus candelabros, alpacos y parinas -producto de la nostalgia y habilidad de Tito- no reflejaba el drama filial que vivían estos putreños afincados en Arica. El malestar de la dueña de casa se hacía evidente ante la desidia de su marido. ¿Cómo pasar por alto sus bodas de oro?
Un día en que la señora Elsa amaneció con el ánimo alicaído, no pudieron menos que contarle: "¡Mamá, hace unos días atrás el papá nos pidió tu mano! No te hemos dicho nada, porque él está esperando la respuesta del párroco de la iglesia San Marcos. Sabiendo lo importante de la una fecha, quiere que la celebración de sus bodas de oro sea en la catedral". Cuando terminaron de hablar, los ojos de su madre estaban cuajados de lágrimas contenidas.
Los rincones del emblemático templo ariqueño se atiborraron con los armoniosos sonidos de quenas y zampoñas durante la emotiva y colorida ceremonia, mientras los pasillos se tapizaban con la policromía festiva de la challa y serpertina que los asistentes esparcían, al paso de Oreste y Elsa, los "novios". Más tarde -en su hogar- la fiesta fue amenizada por una banda de bronces, prolongándose hasta el amanecer. Los pocos vecinos que se excusaron de asistir aún recuerdan esa noche; ninguno pudo cerrar un ojo, siquiera, a consecuencia del bullicio.
(A Oreste Ventura Escalante (Q.E.P.D.) Por siempre ¡Jallalla!)