Resulta bastante evidente que cada vez se hace más necesario que la familia -en cualquiera de sus formas- y la escuela expliquen e inculquen desde temprana edad a los niños acerca de los problemas que acarrea la delincuencia. Este fenómeno es la negación de las buenas costumbres, socava la estabilidad política y merma la confianza pública.

Los gobiernos tienen el deber de garantizar la paz social y el orden público, hacer cumplir la ley y aplicar políticas de Estado preventivas y sancionadoras, mientras las policías deben contar con los medios necesarios y el apoyo de las autoridades. Esto que pareciera ser esencial, no está muy claro cuando algunos personeros ponen en duda en forma pública la actuación de los organismos encargados del orden y la seguridad, quitándoles el piso ante situaciones en que los violentistas se apoderan de las calles o en casos de actos de una clara connotación terrorista, aunque autoridades no quieran siquiera mencionar esa palabra. Ojalá que los parlamentarios alcen la voz con mayor firmeza cuando se minimicen hechos que vulneren la paz y el orden social.

Hoy en día muchos jóvenes, debido al distanciamiento emocional con sus progenitores, asumen una precoz independencia y una feble socialización, porque sus padres trabajan todo el día y no se dan el debido tiempo para dialogar con sus descendientes. Un grupo familiar que no tenga conciencia ni dedicación para transmitirles a sus hijos el ejemplo y los consejos que resguarden su integridad física y psicológica no está cumpliendo con sus indelegables deberes parentales.

Por eso, es clave masificar la buena formación, sustrato elemental de la educación, y elaborar políticas sociales rehabilitadoras e inclusivas.

Las mejores y más eficientes políticas preventivas de la delincuencia son aquellas que puede aplicar la familia, conversando con sus hijos, pero sobre todo manteniendo una actitud ejemplar. La escuela puede reforzarlo, pero es la familia la principal formadora de sus hijos.

En más de una ocasión, estoy seguro, a cualquier vecino de esta sufrida y aporreada Puerta Norte de Chile, le ha tocado, una larga fila o taco de vehículos en la cual quedas en medio, y ni siquiera puedes retroceder o cambiar de dirección. Paciencia, son los placeres del conducir, y no queda otra, pero es harto peor si el vehículo que te antecede o que enfrentas en un camino de doble tránsito, es algún vehículo de cualquiera de las beneméritas policías, porque si está con la baliza encendida, te compadezco los minutos que vas a pasar y como es democrático, ese conductor policial también tiene que hacerse de paciencia hasta que les toca su turno de desenrede del nudo de tránsito. Sería muy tonto de pensar que es culpa de la PDI o de Carabineros que la intensidad de esas luces sea de responsabilidad de ellos, alguien se las instaló y son de mucha utilidad en caso de accidentes para estar alerta desde gran distancia , pero no habría caso de que se regule esta intensidad cuando no se está en una emergencia o procedimiento? Estas instituciones policiales son un orgullo para todos los chilenos, soy su admirador y amigo y su profesionalismo reconocido ampliamente es indudable , pero con la crítica constructiva se puede aún ser mejor.

Y a propósito de luces, ¿no te ha tocado enfrentarte a la distancia con algún vehículo, con luces de Xenon, esas brillantitas, que hasta que no desaparecen de tu visión, vas quedando ciego? O son un peligro, o están mal instaladas porque no puede ser normal que con el resto de los coches que enfrentas no tengas problemas y con estos enchulados , te falte solo el quiltro-guía para poder continuar, me tocó hace un par de días enfrentarlo camino a Tacna, y parece que te estuvieran alumbrando con luces altas todo el rato.

Y para terminar, hermosas y bien hechas las nuevas estructuras de paraderos de locomoción, pero, ¿por qué no se pensó en hacer una caleta , (en las calles que se pueda,) para que el vehículo que se detiene no produzca taco y se detenga el flujo vehicular?