El pachallampe
La Etnomusicología, en tanto estudio de la música como cultura y, por ende, dimensión comportamental de ésta, distingue entre los innúmeros géneros y especies musicales que cultivan las comunidades de 'gesto antiguo' (aunque nada tendría de descabellado abordar el Rap o el Reggae como su objeto de estudio), aquellas formaciones que remiten al trabajo comunitario; así, cantos de siembra y de siega, de ordeño y pilón (practicados estos últimos para 'acompasar el lavado de ropa' en algunas localidades de la costa venezolana), o, simplemente, lo que en las regiones I, II y XV se conoce como 'cantos de floreo': motivos pastoriles para la marcación de ganado. En tal dirección, el Pachallampe (siembra de papa) que hacia los primeros días de noviembre se lleva a cabo en la precordillera de Arica, constituye un caso emblemático; su vigencia funcional, y la reactualización dialéctica de importantes nudos de significación adscritos a la antigua cosmovisión aymara así lo corroboran, más aún tratándose de comunidades mestizas altamente hibridizadas. La faena, indistintamente abordada por hombres y mujeres (hoyadura e introducción del tubérculo, respectivamente), no sólo da cuenta del dualismo que transversaliza dicha cultura en todos sus frentes de expresión, sino que apela a una igualación cualitativa de los roles tradicionales de género, anulando transitoriamente la llamada 'división social del trabajo'. Con todo, los aspectos simbólicos más sutiles vienen dados por la performance en los órdenes de la música y la danza (cabe aclarar que tanto el género musical como la plantilla coreográfica toman el nombre del evento); así, la simetría que se observa en la estructura y flujo del canto (montado sobre un sencillo planteamiento melódico de preguntas y respuestas con arreglo a un patrón rítmico cuaternario), remite a la atávica necesidad de equilibrio que la visión de mundo aymara reconoce como uno de sus ejes fundacionales. A diferencia de la concepción occidental.